Y aquí pueden ver ese cinturón del que hablan todos lo políticos cuando llega una crisis. Ese que todos tenemos que apretarnos. Resulta fascinante su modo de funcionar…
Fuente: 20 minutos (edición impresa)
Lo confieso: Yo también descargo música (ilegalmente) de Internet. Ni siquiera sé cómo bajarla legalmente. Sin salir de casa puedo conseguir todos los libros, películas o canciones que quiera y gratis ¿Y ahora quieren que paguemos, que volvamos a los CDs y DVDs? Eso es tan anticuado hoy día. Me resulta hasta ridículo. En una sociedad realmente justa, la cultura debería ser libre, no depender de cuestiones económicas o fronteras territoriales, y eso es lo que hace Internet.
Y resulta fácil rechazar de plano cualquier opinión contraria ¿El Gobierno quiere cerrar webs? ¡Eso es un ataque a la libertad de expresión! ¿Que la SGAE recauda menos? Esos sí que son unos ladrones. Una asociación que recauda dinero hasta en los conciertos benéficos no tiene ninguna credibilidad. Y si Alejandro Sanz y otros músicos famosos se quejan que la piratería está mermando sus abultadas cuentas bancarias nos parece el colmo de la hipocresía.
Pero a veces, me hago preguntas. Me pregunto, por ejemplo, qué pasaría si todo el mundo descargara de Internet, si la industria cultural sobreviviría y encontraría nuevas formas de financiación. Me pregunto también por esos cantantes y escritores que no son famosos, por los actores, guionistas y directores a los que cada vez les resulta menos rentable el negocio. Me pregunto si, en realidad, no me limito a opinar como más me conviene, rechazando de plano todo argumento en contra porque no puedo refutarlos.
¿Es la ley Sinde la solución? No lo creo. No es más que un atenuante, un paliativo. La solución pasa por una renovación del sistema, como es iTunes o Netflix en América. Todo cambio implica pérdidas en un principio hasta que sociedad y sistema se ajustan el uno al otro, retrasar lo inevitable sólo puede empeorar la situación.
El instituto es una época que recuerdo con cariño pero que no volvería a repetir ni loca. Recuerdo las conversaciones entre clase y clase, los chivatazos en los exámenes, los partidos de voleibol en gimnasia, los culebrones, las burlas, los cotilleos… Los adultos creen que el instituto es un sitio en el que aprender historia, geografía o matemáticas, un lugar en el que aparcar a sus hijos adolescentes mientras ellos van a trabajar y prepararlos para el día en el que ellos también tengan que hacerlo. Parecen haber olvidado que la adolescencia no es una época para llenarse la cabeza de datos y fórmulas, sino para aprender a pensar, a cuestionárselo todo y forzar los límites impuestos. Y eso aterra a los padres, claro.
Y por eso hay quien cree que si todos los chicos visten igual terminarán con las diferencias. Por lo visto aun hay gente que cree que forzar sobre otros sus propias ideas funciona. Dejando de lado la clase de igualdad que se busca haciendo que chicos y chicas visten diferente, pensar que el uniforme eliminará las diferencias es una ingenuidad: siempre habrá quien sea más listo, más simpático o más guapo. La clave del problema son los valores, eso es lo que preocupa a los partidarios de los uniformes, ven unos pantalones bajos, un escote pronunciado o una camisa de marca y piensan que nada bueno podrá salir de unos chicos como esos. Toda una generación perdida por culpa de la falta de valores.
A mi me preocupa mucho más la gente que borra todos sus errores de juventud y luego sermonea a sus hijos, la gente que pone el grito en el cielo cuando salen los resultados del Informe PISA y luego echa toda la culpa a los padres, o a los profesores, o a gobierno, o a la televisión o a los mismos alumnos. Así, en vez de buscar soluciones se buscan culpables. Así, en vez de enseñar a los niños ya desde pequeños lo que es la igualdad y el respeto se les obliga a vestir de la misma manera y se espera que ellos mismos capten el mensaje en lugar de enseñar con el ejemplo.
El mar es un lugar lleno de recuerdos de infancia: las olas, el sol, la arena, los niños correteando y jugando, turistas tomando el sol, parejas paseando. Resulta estremecedor ver todo eso destruido. Es difícil de imaginar qué debieron sentir aquellos que vivían allí ¿En qué pensaban mientras veían el agua inundando las calles de la ciudad en la que vivían, llevándose todo a su paso? Viendo los coches siendo arrastrados por la fuerza del agua como si fueran de juguete. Las casas flotando a la deriva y navegando por las calles como improvisados barcos. Todo su pueblo, su ciudad, convertida en un gran lago: el patio en el que jugaban de niños, la casa en la que crecieron, la escuela a la que iban… todos sus recuerdos hundidos bajo el agua.
¿Qué sentían mientras veían los barcos saliendo de los puertos y cruzando por las calles? Escuchando los escalofriantes crujidos de los coches al chocar entre ellos y al estrellarse contra las casas. El rumor sordo del mar, cada vez más fuerte y ensordecedor, mientras barre las calles y arrasa con todo, buscando caminos que recorrer, llenando cada recoveco y extendiéndose más allá de la ciudad, arrastrando con ella los escombros de su destrozo. Viendo las imágenes desde arriba resulta casi de película, como si todo aquello no fuera más que un montaje con un poco de agua y una maqueta.
Y al final, cuando la gigantesca ola se retira, deja tras de sí los escombros de lo que una vez fue su ciudad y que ahora resulta irreconocible. ¿Cuánto tiempo será necesario para que se recupere la normalidad? ¿Reconocerán su propia casa una vez reconstruida? Y las dudas se amontonan mientras su tragedia es dejada de lado en favor del morbo que provoca una posible catástrofe nuclear.
Temido y admirado a partes iguales, el pirata es el personaje principal de innumerables libros y películas. Algunos los representan como modelo de hombre libre y sin ataduras, que se hace a la mar en busca de aventuras. Es el encanto del rebelde, el chico malo que tanto abunda en las novelas rosas. Otros se fijan más en su lado oscuro, el de criaturas despreciables y amorales que saquean, roban y matan sin remordimientos. Y es con esas dos posturas que es vista la piratería cibernética de hoy en día, en la que unos alzan la bandera de la libertad y otros la de los derechos de autor.
¿Y cuál, os preguntaréis, es la diferencia entre piratas y corsarios? Muy sencillo, que los corsarios cuentan con el permiso legal de las autoridades para atacar y saquear los barcos de naciones enemigas.
Puede que yo sea una pirata, que en mi pereza y tacañería haya preferido apropiarme ilegalmente del fruto del esfuerzo de otros, pero doy fe que jamás tuve intención de hacer daño alguno. Dudo mucho que los corsarios de la SGAE puedan decir lo mismo porque, se mire por donde se mire, el canon es una injusticia en toda regla. ¿Con qué pruebas se me acusa y multa antes de que haya cometido delito alguno? ¿Y con qué derecho se me pone obstáculo tras obstáculo para conseguir estas descargas cuando ya se me ha hecho pagar por adelantado?
La SGAE podrá tener el respaldo de la Ley, pero esta multa-antes-del-delito es un atropello. Esta “remuneración compensatoria” es una tasa arbitraria que hace pagar por igual a justos y pecadores y se pasa por el forro la presunción de inocencia. Además, no tenemos la certeza de que el dinero recaudado sea repartido equitativamente ni datos fiables para concluir si el canon de cada aparato y soporte es justo en base a la proporción de su uso para acciones ilegales.
Opiniones aparte, una cosa está clara: si la SGAE sigue atacando a todo el mundo por igual, si sigue acumulando enemigos, llegará el día en que piratas e internautas por igual se unirán bajo una misma bandera para hundirlos.
Puede que las filtraciones de Wikileaks no hayan tenido el efecto que algunos esperaban: no se ha producido ninguna guerra cibernética, no ha supuesto ningún cambio de gobierno ni parece haber causado ninguna fricción política por los retratos “poco halagadores” de políticos y gobiernos o por los secretos revelados. En realidad los cables deben haber sido un jarro de agua fría para los entusiastas de las teoría conspiracionistas: ni contubernios judeomasónicos ni extraterrestres en instalaciones secretas de Siberia. Menuda decepción. Al final, tanto esfuerzo por cortarles la financiación de Wikileaks y cerrarles la web sólo fue echarle más leña al fuego, los políticos americanos tienen aquí algo que aprender de sus homólogos europeos: basta con una sonrisa diplomática y unas cuantas respuestas ambiguas hasta que se enfríe el asunto. Es la forma más rápida y eficaz de que el tema sea discutido, replicado y vuelto a discutir hasta el hartazgo.
Para ser completamente sinceros, hay que reconocer que la mayoría de los cables están llenos de obviedades, secretos a voces y chismorreos de políticos que, más que dejar a Estados Unidos en mal lugar, demuestran su interés en materia de relaciones internacionales. Es decir, los embajadores estadounidenses podrán parecernos más o menos rastreros en su intento de presionar a la justicia española en lo relativo al caso Couso o los vuelos de la CIA, pero es que ése es su trabajo (eso sí, las declaraciones pelotilleras atribuidas según los cables al Ministro de Justicia López Aguilar y a Moratinos sobre su intención de poner trabas al proceso son imperdonables y rozando lo ilegal).
En resumen, ni las predicciones de Assange sobre un antes y un después del Cablegate ni las de periodistas que hablan de un “nuevo ecosistema de la información” se han cumplido hasta hoy, cuando se cumplen 80 días desde la primera filtración. ¿Qué han supuesto entonces estas filtraciones, aparte de un culebrón político (con una alerta roja de la INTERPOL y un ataque de una organización-no-muy-secreta de hackers incluida)? El Cablegate no es la primera filtración de documentos confidenciales estadounidenses filtrados a los medios (tenemos, por ejemplo, el caso de los Papeles del Pentágono) pero es, sin duda, la mayor, y además cuenta con el plus de tratarse de un tema de interés mundial, en el que todos los países pueden encontrar sus trapos sucios expuestos a la vista de todos en primera plana.
No es el contenido de los cables sino la filtración en sí y el hecho de que exista una web dedicada a publicarlas que se mantiene contra viento y marea como símbolo de la libertad de expresión a toda costa lo que explica el interés que despierta y su capacidad de movilización reflejada en la cantidad de mirrors de la web, 1426 hasta la fecha.
INOPIA 